Desde el siglo XV hasta el
siglo XVIII, cuando aparecieron los modernos Estados nacionales, el capitalismo
no sólo tenía una faceta comercial, sino que también dio lugar a una nueva
forma de comerciar, denominada mercantilismo. Esta línea de pensamiento
económico, este nuevo capitalismo, alcanzó su máximo desarrollo en Inglaterra y
Francia.
El sistema mercantilista se basaba en la propiedad privada y en la utilización
de los mercados como forma de organizar la actividad económica. A diferencia
del capitalismo de Adam Smith, el objetivo fundamental del mercantilismo
consistía en maximizar el interés del Estado soberano, y no el de los
propietarios de los recursos económicos fortaleciendo así la estructura del
naciente Estado nacional. Con este fin, el gobierno ejercía un control de la
producción, del comercio y del consumo.
La principal característica del mercantilismo
era la preocupación por acumular riqueza nacional, materializándose ésta en las
reservas de oro y plata que tuviera un Estado. Dado que los países no tenían
grandes reservas naturales de estos metales preciosos, la única forma de
acumularlos era a través del comercio. Esto suponía favorecer una balanza
comercial positiva o, lo que es lo mismo, que las exportaciones superaran en
volumen y valor a las importaciones, ya que los pagos internacionales se
realizaban con oro y plata. Los Estados mercantilistas intentaban mantener
salarios bajos para desincentivar las importaciones, fomentar las exportaciones
y aumentar la entrada de oro.
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